Yo la encina, soy fuerza y sabiduría, morando en una tierra llena de historia y de magia; ven y abrázame, te nutrirás
de la esencia divina, estréchame fuerte y
conectarás con tus raíces ; cobíjate
bajo mis ramas y escucha el murmullo de mis hojas, ellas te revelarán los secretos de tu alma. Yo la encina te
mostraré tu luz y tu sombra.
Has de saber que dentro de mí habita un ser mágico al que tú debes de respetar y honrar cuando
vengas a solicitar mi ayuda; él se llama Hamadríade, es una ninfa del bosque
y habita en mi corazón, ella encarna mi fuerza, mi poder divino y estará
conmigo hasta el día de mi muerte. Antes de coger el fruto o la corteza de mi
árbol, pregúntale a ella, te responderá, y si eres de corazón puro te lo
entregará.
A Ella la protegen las
Dríades, también son ninfas, espíritus femeninos del bosque y vigilan que no se
acerque ningún humano a dañarme. Están consagradas a mí y les encanta danzar a
mi alrededor, pero ellas vagan libremente por el bosque y habitan en el corazón del árbol que ellas
prefieran. Son alegres, pasean en grupo y raramente intentan tener contacto con
el hombre.
Se me ha adorado en
muchas culturas y religiones, pero hay una muy especial con la que me siento
muy conectada, y es la cultura celta. Los
celtas me veneraban, para ellos el bosque era su templo ,donde los Druidas,
sacerdotes celtas llamados Hombres Encina se reunían ante mí para obtener conocimiento; para ellos yo era su árbol sagrado, su tótem, su Dios.
Esta sociedad era matriarcal, así que vivimos una época de
paz, ya que vivíamos según las reglas femeninas que marca la madre naturaleza.
Las mujeres celtas gozaban de unos derechos y unos estatus que otras mujeres
de otras culturas en su misma época no
tenían. Eran independientes, tenían bienes, escogían esposo, podían disolver el
matrimonio. Podían ser sacerdotisas,
sanadoras, guerreras, embajadoras. Las
mujeres eran respetadas y valoradas en todas sus formas de manifestación. La
madre componía la base de la tribu: madre, compañera, anciana, sabia... Eran emprendedoras, trabajadoras y
protectoras de sus hogares. Mujeres llenas de fuerza y de valor. Eran observadoras
y protectoras de la naturaleza; nos abrazábamos, nos comunicábamos, nos
comprendíamos, estábamos en comunión.
Pero hubo un día en que eso se acabó, en que la mujer perdió
sus derechos, y así su fuerza y con ello su identidad; ese día se apagó el bosque, y lloré, y todos
lloramos, y aún seguimos llorando y esperando tu regreso.
Así que ven, acércate, entra en mi y recupera tu esencia; llénate de mi fuerza y de mi sabiduría y por fin hallarás la libertad de volver a ser tu misma.
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